sábado, 28 de abril de 2007

La luz de un niño


...Desvelador, el superhéroe que no duerme porque vigila que se guarde el orden y la paz en su ciudad, había descubierto una luz que provenía del pecho de aquel niño...

Subió de nuevo a la azotea de aquel edificio y se dirigió a su casa. Su deber con la ciudad terminaba por aquella noche y debía descansar antes de comenzar su rutina diaria. Ése día no consiguió dormir. Él sabía que aquel niño era diferente, pero no imaginaba que tuviera un don.

Debía pensar que convenía hacer.
La jornada en la panadería pasó como otra cualquiera. Fueron a comprar las mismas personas, con los mismos pedidos y, prácticamente, con los mismos comentarios. Por eso, para Desvelador, estar allí era como dormir, ya que podía hacerlo todo automáticamente y casi con los ojos cerrados.

Sólo faltaron por pasar dos clientes. Pasó el día pensando en el niño. Era muy pequeño para poseer tanta luz... era demasiado intensa y, por lo tanto, su poder también sería grande. ¿Qué ocurriría cuando creciera?

Al finalizar el día, Desvelador cenó con una buena amiga con la que compartía sus turnos de descanso en su azotea, muchas veces y, al finalizar, ambos se separaron, dejando a Desvelador comenzar su paseo por la ciudad buscando malhechores a los que disuadir de sus intenciones, pero no tuvo suerte.

Se aburría como un mono en el desierto y esto hacía que no pudiera dejar de pensar en el niño de dos años. Le tentaba la idea de acercarse a verle.

No obstante, resistió y decidió comprarse un bocadillo de tortilla para distraerse y recuperar fuerzas.

En la tienda 24 horas, se dio cuenta que la dependienta resultaba algo extraña. Vestía el uniforme de trabajo y no dejaba al descubierto más que el rostro y las manos, pero su mirada era fría y sus manos no parecían suyas... Estaban demasiado desgastadas y marcadas por el trabajo, el dolor o alguna enfermedad. O eso fue lo que pensó Desvelador.

Intentando no mostrar su preocupación, Desvelador pagó su bocadillo, se despedió y se marchó. La dependienta no le contestó en ningún momento, lo que sorprendió aún más a nuestro héroe. Mientras se comía el bocadillo, pensaba Desvelador que estaba bastante bueno, no era igual que el que hacía su madre... y pensó "del 1 al 3, ¡le doy un 2 y medio!"

Casi estaba amaneciendo y sólo había ayudado a los trabajadores de unos almacenes a cargar sus cajas de productos para la tienda, había convencido a dos hombres que a las tres de la madrugada iban de camino a un bar, que volvieran a sus casas porque sus familias les esperaban y había impedido que varios coches cayeran en un socavón que se abrió, de repente, en la calle del espía ciego.

Antes de volver a casa, casualmente pasó por delante del edificio en el que seguramente estaría durmiendo el niño, aunque Desvelador se dirigía al parque, porque le encantaba terminar así sus noches de protector de la ciudad, dejándose envolver por el silencio del amanecer y el reflejo del agua de aquella fuente.

Aún la noche estaba cerrada, así que decidió que si los malos querían algo de él, debían buscarle.

Sentado sobre el borde de piedra gris de la fuente y mirando el brillo de la luna en el agua, notó que alguien pasaba cerca.
En ese momento, levantó la mirada y vio como una figura alta y desgarbada avanzaba hacia el otro extremo del parque, sin prisa en su movimiento.

Desvelador leyó entónces una clara falta de esperanza.
No consigió ver de quién se trataba, pero reconoció esas manos cuando, al pasar por debajo, las alumbraron la luz de una farola.

Se trataba de aquella dependienta que, de nuevo, iba casi totalmente oculta bajo sus ropas.

A Desvelador le entró una extraña sensación de desamparo y la mujer desapareció en la oscuridad.

En aquel momento, Desvelador se acordó del niño, al que había olvidado por completo en este último instante, y subió a su ventana porque sentía que algo iba a pasar.

Se lo encontró sentado sobre su cuna y mirando hacia la ventana por la que apareció Desvelador y, del pecho del niño comenzó a desprenderse de nuevo aquella intensa luz blanca.

Sorprendido ante la espera del niño, se quedó inmóvil y comenzó a percibir algo en su mente. El niño le estaba hablando, lo hacía a través de ideas. Sólo le dijo que quería salir, ver la urbe de noche.

Desvelador, impresionado, se adentró en la habitación, cubrió al niño con la manta de su cuna, le cogió entre sus brazos y salieron los dos por la ventana de un salto.
Ninguno de los dos emitió sonido ni idea alguna y Desvelador caminaba sin rumbo.

Primero, caminaron por el parque, después pasaron por la calle donde estaba el puesto de la castañera del barrio y en un solar en el que sólo había una casita rodeada de tierra, encontraron luz. El niño señaló la casa y Desvelador se acercó con él hacia allí...

A Desvelador aún le temblaban las manos por la impresión pero, a la vez, aquel niño le infundía un inmenso sentimiento de bienestar, de calma y de alegría. Pero Desvelador intentaba mantenerse firme, porque la noche aún no había terminado y debía estar alerta.

Desvelador y el niño se asomaron por una de las ventanitas de la pequeña casa y pudieron ver una humilde sala en la que había una cocina, una mesa de madera con tres sillas y un viejo sofá.

La decoración era sencilla pero hacía que la sala fuera muy acogedora.


En una de las sillas había sentada una mujer comiendo algo caliente de un plato.

El niño señaló a la puerta y Desvelador llamó al timbre.

La mujer no abrió la puerta, aunque los que llamaban volvieron a insistir... Desvelador entendió que la mujer no se fiara, al fin y al cabo, no era un héroe conocido; la discreción era uno de sus aliados.


La mujer se asomó a la ventana, vio a la pareja y al ver al niño, algo le hizo sentir bien.

Puso la palma de su mano pegada al cristal y, entónces, Desvelador supo quién era esa mujer.

Nunca, antes de aquella noche, había vistos unas manos semejantes. Se trataba de la dependienta de la tienda de 24 horas.


Desvelador llevó al niño hacia la ventana y éste puso también su mano contra el cristal, pegada a la de la mujer.

La manta que cubría al niño, cayó resbalándose hasta su cintura y dejó salir la luz que aún seguía en su pecho. Aquella mujer comenzó a sentir algo extraño, pero Desvelador sólo pudo ver cómo la expresión del rostro de la mujer cambiaba.

Su mirada dejó de ser melancólica y comenzó a brillar, apareciendo unos ojos verdes que transmitían sabiduría a la vez que alegría. Y en su boca se dibujó una sonrisa que hacía que la mujer pareciera más joven.


Poco a poco, la luz del pecho del niño fue desapareciendo y, entonces, Desvelador vio cómo la mano de la mujer también había cambiado. Ahora sí parecía suya.

Desvelador, impresionado una vez más, nunca habría imaginado que aquel niño, al que todos tenían por raro, fuera realmente alguien tan especial.

Había hecho que aquella mujer liberase su alma. Era la inocencia de un niño lo que la mujer necesitaba para que sus males le dejaran de consumir.


Cuando la mujer cerró la puerta de su cuarto, Desvelador llevó al niño de nuevo a su cuna. Debía descansar y estar allí antes que su madre despertara. Y él debía volver antes que asomaran los primeros rayos de sol.